23.7.10

1985

Un cuarto de siglo anuncia mi vida, me lo dicen las ojeras de fin de semana, mi cabello que ahora es largo y siempre chino, las líneas de expresión que se han formado en la nariz por la demanda constante de pucheros, mis anteojos obligatorios cuando entra la noche, el bostezo en la fiesta cuando es de madrugada, un círculo pequeño de verdaderas amistades, el escepticismo, las responsabilidades, la intolerancia y los impuestos. La edad, irónicamente me recuerda el exceso de olvido por las cosas, nombres y personas, de igual manera me la mienta por aquella regla general que a todo mundo nos llega: "las canas", ese mechón tipo Tongolele (en mi caso) que te agrega tanto una preocupación más como un nuevo artículo al carrito del supermercado, el tinte, el mismo que ya no se adquiere por traer el cabello a la moda sino por la necesidad de verse joven y escribiendo sobre necesidades recuerdo la palabra "prioridad" y parece que a partir de ciertos años esa palabra se vuelve la base de tus acciones y se olvida poco a poco la espontaneidad.
Unas de las tantas cosas buenas que deja el tiempo, es la suma de acciones y tiliches como son: los besos, abrazos, cartas, nóminas, caricias, risas, viajes, lágrimas, orgasmos, personas, cigarros, canciones, conciertos, cosméticos, arrugas, libros, novios, recuerdos, caja de pandoras, vinos, letras y sobre todo, el mejor de todos, es la capacidad de asombro, la que te permite que si por segundos el tiempo te juega chueco, se puede por lo menos volver a ser niño y sonreír.